P’a casa II

¡Hola a todos!

Pues nada, como ayer no pude colgar lo que había escrito porque me quedé sin WiFi en el hotel, hoy va ración doble. A continuación de esta entrada tenéis lo que había escrito para colgar ayer.

Escribo ya desde el aeropuerto de Estambul, donde hago escala en mi vuelo entre Delhi y Barcelona. Como todo lo que empieza se acaba, creo que es momento de darle el cierre al blog —en lo que respecta a este viaje, al menos— haciendo un pequeño balance en caliente de todo lo que he visto y me ha pasado durante estos casi veinte días (tochoalarma!! tochoalarma!!). ¡Toca ponerse serios!

Primero, decir que estoy absolutamente encantado con el viaje de este año y con cómo ha salido todo. Ni en mis sueños más húmedos podía imaginar que lo iba a pasar tan bien y que se me iba a pasar el tiempo tan rápido —este viaje ha durado casi una semana más que el del año pasado y se me ha hecho más corto. En gran parte esto es porque, para viajar solo, esta parte del mundo es mucho más agradecida que cualquiera de Europa. El año pasado tan apenas hablé con nadie en todos los días, y aquí me ha costado encontrar ratos en los que estar callado. Bien sea por la gente de por la calle, o por la que he conocido en los alojamientos, realmente no me he sentido como un viajero solitario en ningún momento. Pero bueno, al lío. Este viaje ha estado lleno de sorpresas: algunas muy buenas, y otras que me han dejado un poco más frío. Vamos por partes.

India

Me ha encantado viajar por la India. Sin paliativos; la experiencia es intensa e increíble. Pero, al mismo tiempo, mentiría si dijera que me ha parecido todo estupendo y maravilloso. Quizás sea porque, como dice mucha gente, ha de pasar un tiempo antes de que me cautive por completo, pero lo cierto es que ha habido un par de cosas que me han decepcionado un poco de la India. La primera, relacionada con los monumentos y las cosas que hay para ver. En general, me han desencatado más que enamorado. Como os he ido contando estos días, hay muchas cosas que de lejos son preciosas, pero que a medida que te vas acercando… van perdiendo todo el encanto. Por otro lado, la segunda cosa, ha sido la gente y la sociedad india. Me he encontrado con gente maravillosa, sí, pero como en tantas otras partes del mundo. Sin embargo, aquí he visto cosas que no había visto nunca y que me han desagradado mucho. La indiferencia —o peor, desprecio— que la gente de la calle destila hacia las castas más bajas, la crueldad de cómo tienen estructurada su sociedad… no lo sé, la verdad es que no me ha gustado. No paro de preguntarme a mí mismo por qué las sociedades islámicas tienen tan mala fama y por qué la india la tiene tan buena, cuando en realidad se parecen en muchas más cosas —negativas— de lo que parece.

Pero, por el lado positivo, que en mi caso se come al negativo —pero no lo borra, lo que no me gusta no me gusta—, lo increíble de un viaje a la India es la mera experiencia de hacerlo. Es por ello que creo que yo también tuve un problema de base, de mentalización: venía a India con la esperanza de ver monumentos y ciudades que me hicieran caer la baba y con esperanza de conocer gente amable y encantadora —la famosa sonrisa de los niños indios. Y creo que ese planteamiento es incorrecto porque, al venir a la India, es mejor que vengas sin esperar nada. Ni para bien, ni para mal. Es difícil, pero creo que lo mejor es venir con la mente en blanco y dispuesto a asumir todo lo que vayas encontrando. Si lo que quieres es un viaje de «ver cosas», de sightseeing como dicen los ingleses, Europa es el destino. En otros lugares puedes ver muchas cosas interesantes y preciosas, pero en ninguno tan bien cuidadas y tan concentradas en poco espacio. Y por otro lado, es incorrecto en cuanto a la gente porque por donde he viajado, Delhi, Agra y el Rajastán, los indios están —hablo generalizando, ojo— muy hechos al turista y te tratan como a una cartera con patas, lo que hace muy difícil disfrutar plenamente de las conversaciones con ellos porque estás constantemente en guardia para que no te la claven. Estoy seguro de que en otras zonas del país menos transitadas, esto será diferente.

Pero bueno, como decía: la experiencia es lo realmente potente de un viaje  a India. Enfrentarte a continuas paradojas y contradicciones, lidiar con situaciones nuevas en un entorno que, en principio, se hace bastante hostil, y básicamente, procurar sobrevivir. Porque, sobretodo nada más llegar, el bofetón —cultural, olfativo, sensorial, etc.— que te llevas es bastante elegante. Esa es precisamente una de las paradojas de viajar a India: no es un viaje en absoluto fácil, ni aún menos relajado, porque constantemente tienes que estar luchando contra el entorno para hacerte tu pequeño hueco, pero al mismo tiempo es un viaje tremendamente agradecido. Siempre todo el mundo te dice que para ir a la India hay que estar preparado, y en cierto modo creo que es verdad. No creo que haya que entrenar nada, porque fundamentalmente da igual que te mentalices de cosas concretas: nunca encontrarás lo que esperabas encontrar. Para mí, cualquier persona puede venir, pero con tres condiciones indispensables: mucha flexibilidad, muy buen humor, y con la mente muy abierta. Si alguno de estos tres factores falla, dudo que el viaje pueda salir bien. Pero si vienes con esa actitud, la experiencia puede ser realmente intensa e increíble.

Pakistán

Por otro lado, está Pakistán. O bueno, más bien Lahore, porque es lo único que he visto. Precisamente por eso, y por haber estado solo cuatro días, me resulta difícil hacer un juicio de valor, pero han sido cuatro de los días más potentes y bonitos de mi vida. A cualquiera que esté en la India y que vaya a ir a Amritsar, sin ninguna duda le diría que pasara a Lahore a estar unos cuantos días. Cuando piensas en Pakistán, inevitablemente piensas en barbudos tirando ácido a la cara de niñas y a talibanes perseguidos por drones, y desde luego que eso está ahí, sería absurdo negarlo. Pero igual de absurdo sería quedarse solo con eso. Se trata de un territorio potencialmente peligroso, y desde luego hay zonas del país que es mejor mirar solo desde el mapa. Pero también hay zonas perfecta —o, como mínimo— razonablemente seguras, y que ofrecen unas recompensas increíbles al que se atreve a ir. Hablo por mi, en menor medida, y por la gente que conocí en el hostel, principalmente. Siempre antes de ir a Pakistán hay que llevar un seguimiento de las noticias para ver qué zonas son visitables y cuáles no, porque como todo en esta vida, eso va cambiando con el tiempo. Esperemos que dentro de poco podamos hablar de un Pakistán completamente seguro para el viajero —y para sus habitantes. Porque sus habitantes son, desde luego, el mayor activo de este país. O por lo menos, gran parte de sus habitantes y con los que, viajando por aquí, vas a entrar en contacto.

Vamos, que…

…que en definitiva estoy encantado con la experiencia de estos días, y que os la recomiendo a todos y cada uno de los que leáis esto, ¡sin ninguna duda! Bien sea por vuestra cuenta, en viaje organizado, o como os dé la gana, pero creo que merece mucho la pena conocer de primera mano todo esto. Si alguno os animáis, quizá volváis encantados o quizá horrorizados, nunca se sabe. Pero como os decía, dejar que sea la experiencia la que os condicione vuestra opinión, y no al revés. ¿Me ha cambiado la vida el viaje a India? Pues no lo sé, ese es otro de los temas que siempre se dicen de este viaje, y creo que será el tiempo el que lo diga. Lo que sí he hecho ha sido aprender mucho, pero mucho, y he estimulado mi vena de viajero independiente como nunca había hecho. No sé si ha cambiado mi visión sobre la vida, pero sí que ha cambiado mi visión sobre viajar.

Desayuno con amigos

Desayuno con amigos

Ahora, una vez que se acaba este viaje, comienza otro periodo estupendo, que es el de retocar y organizar las fotos y empezar a preparar el siguiente. Porque desde luego, espero que haya siguiente, y que sea solo o acompañado, estéis vosotros ahí para comentar y dar calorcico humano en la distancia. ¡Pero qué remajos que sois, releche! No sabéis la compañía que hacéis simplemente metiéndoos a curiosear aquí, porque cada noche cuando escribía y veía el número de visitas me ponía tó contento y tó henchido de gozo. Ojalá lo hayáis pasado leyendo esto la mitad de bien de lo que yo lo he hecho escribiéndolo. ¡Me siento muy afortunado de poder viajar con todos mis amigos!

¡Muchas gracias a todos!

¡Hasta la próxima!

Fin de fiesta

Pues sí, porque es ya mi último día de viaje este año… ¡ohhh! Pero bueno, no quiero quedarme en lo triste porque la frase tiene un lado positivo, y es que definitivamente este viaje ha sido una fiesta. Y precisamente, con fiesta lo he terminado.

En tierra de nadie

En tierra de nadie

Y es que ayer tuve dos fiestas, una detrás de otra. La primera, un fiestón: cruzar la frontera de Pakistán a la India. Como ambos hacíamos la misma ruta el mismo día, fui acompañado de mi compi americano y así pudimos compartir autorickshaws y esperas. Porque señora, menuda espera. Primero, llegar hasta la frontera. Cogimos el autorickshaw de un tío amigo del del hostel, que es el mismo que nos ha llevado estos días a lo de la ceremonia en la frontera y a lo de la noche sufí, y como en esas dos ocasiones, me senté delante con medio culo mío y medio culo suyo compartiendo asiento, a la espera de que otro vehículo se llevara por delante la mitad de cuerpo que tenía fuera. Luego, la espera en la frontera de Pakistán, porque a los tres minutos de llegar nosotros se fue la luz. ¡Hora en punto! A esperar una hora a que volviera para poder utilizar los sistemas informáticos. Y es que no, en la frontera no parecen tener generadores. Pero bueno, viendo el tráfico de gente que tiene, tampoco es de extrañar, porque hay más gente (pero mucha más gente) trabajando allí (por decir algo) que gente cruzando la frontera. De nuevo con luz, burocracia y papeleo. Luego, a coger el autobús para recorrer los no más de quinientos metros que separan las aduanas de ambos países (pero es obligatorio hacerlo en bus, que está enterito y verdadero para ti solo y un par de personas más). Luego, espera de burocracia y papeleo en el lado indio, y de ahí regateo y viaje hasta Amritsar, destino final. En total, más de cuatro horas para unos sesenta kilómetros.

Gaylor dorado

Gaylor dorado

Una vez en la ciudad, nos separamos y yo fui al hotel en que había estado alojado hacía cinco días solo para mear y dejarles mi equipaje sin pagar ni una rupia (si es que soy más majo que las pesetas, da gusto tenerme de cliente). Y, por fin, a ver uno de los que todo el mundo dice que es punto álgido en todo viaje a India: el Templo Dorado. Y vaya si lo es. El Templo es el lugar más importante para la comunidad religiosa sij, ya que ahí es donde guardan su libro sagrado. Los sijs no son muy conocidos en España, aunque son la quinta religión con más fieles del mundo (que se dice pronto). Se caracterizan por llevar todos turbante (ellos) y barba larga, ya que se supone que para mantener su dignidad no pueden cortarse ni un solo pelo durante toda su vida (de ahí el turbante, llevan todo el pastelón dentro). Todo el mundo es bienvenido al recinto del templo siempre y cuando se descalce (completamente, sin calcetines ni na), camine sobre un charquillo de agua putrefacta que tienen para limpiar los pies (aunque juraría que los tenía más limpios antes de pisar eso) y se cubra la cabeza. Sí, el pañuelo que me dieron era de mujer. El recinto es totalmente espectacular: básicamente es un estanque (que según ellos contiene néctar sagrado, no agua) rodeado de edificios y que tiene, en su punto central, al Templo Dorado. A éste se accede a través de una pasarela de sesenta metros de largo. Y menuda espera aquí también, para recorrer esos sesenta metros estuve más de una hora aprisionado entre fieles y devotos (y señoras con codos afilados que arderán en el infierno de los sijs, espero). Una vez que te has chupado toda la cola (con perdón), llegas a imaginarte cómo es el templo por dentro. Y digo imaginarte porque hay tanta gente, y todos empujan tanto y vas tan deprisa, que casi no te da tiempo ni a fijarte en cómo es antes que la marea te escupa fuera.

Misticismo a to meter

Misticismo a to meter

Decía que el templo es espectacular por dos razones: la primera, estética. El recinto es realmente guapo, y el templo en sí tanto por dentro como por fuera tiene unas filigranas y unos detalles de la hostia, con el añadido de que es como ver el Taj Mahal no como una reliquia del pasado, sino como algo que aún está en uso y muy bien cuidado: todo está limpísimo y como recién estrenado. La segunda razón, y aún más importante, es el ambiente. Es impresionante. En este viaje es el sitio en donde más misticismo y religiosidad he sentido. Además de toda la parafernalia de descalzarte, cubrirte la cabeza, ver a todo el mundo súper emocionado, y todo ese tipo de cosas, tienes la música y el comedor. En todo el recinto se oye, constantemente, música religiosa… que cuando entras al templo, ves que están haciendo en directo. Y del comedor… solo del comedor podríamos hablar un día entero. ¡Qué sitio! Todos los días, en ese comedor se preparan raciones gratuitas de comida para alimentar a ¡entre 60.000 y 100.000 personas! Y doy fe de que te alimentan, porque me metí a cenar a ver cómo era la movida. Va todo tan rápido que casi ni te enteras: te dan una bandeja, te sientas en el suelo como todo el mundo (distribuidos en hileras), y voluntarios que van pasando te sirven la comida en la bandeja (vegetariana: arroz, patatas, algo indeterminado, pan y agua). Cuando se te acaba algo, te lo reponen. Al acabar, corriendo a entregar tu bandeja sucia a otros voluntarios que inmediatamente la friegan y vuelven a poner al principio de la cadena. Acojonante. Pero encima, a todo esto sumémosle que tengo una flor en el culo, porque de todos los días que tiene el año voy y vengo precisamente el día más sagrado para los sijs, y a la hora en la que celebran su mayor evento en el templo (y yo sin tener ni idea). Eso explica la cantidad tan terrible de gente que había para entrar. La fiesta consiste en que todo el mundo se sienta rodeando el estanque, enciende velas, y se lanzan fuegos artificiales. Mu rico todo.

Palacete sobre ruedas

Palacete sobre ruedas

Nada más que acabaron los fuegos artificiales tuve que irme corriendo en autorickshaw al hotel a recoger mis cosas y a la estación para coger el tren cama que me llevaba a Delhi. Esta vez viajaba en una clase superior a la del tren anterior, y la verdad es que algo se notaba: algo más de espacio, una cortina propia para cubrir tu litera… e incluso algo de compañía para que no te sintieras solo durante el trayecto, porque me acompañaron dos simpáticas cucarachillas pequeñitas que de vez en cuando saludaban apareciendo por la pared. Por lo menos tuve ventana y pude ir disfrutando del viaje tumbado, porque un señor me pidió cambiar la litera con él para poder ir con su familia (o dejarme a mí las cucarachillas, quién sabe). Como él también se bajaba en Delhi, le pedí por favor que cuando bajaran del tren me despertaran en caso de que siguiera dormido para no saltarme la estación (porque este tren sigue hacia Mumbai, nada menos). Y sí que me despertó, pero por los cojones. Me desperté de bendita casualidad justo cuando el tren paraba en Delhi, y tuve que salir corriendo con las cosas y el legañón pegado en el ojo. Quien sí que me despertó a las cinco de la mañana fue una mujer que decidió que mi litera, y mis piernas, eran un buen sitio donde sentarse a pasar la noche y a hablar con su amiga. Ahí estuvo hasta las seis, la colega.

Pepinorro

Pepinorro

Y bueno, hoy he pasado el día en Delhi, agotado y dedicado a cerrar cabos sueltos, más que otra cosa. Después de haber visto ya otras ciudades de esta zona, puedo afirmar que Delhi con sol es más cuca y que, con sol o sin él, es una ciudad imposible para pasear, muy incómoda para visitar. Las distancias son enormes vayas a donde vayas, y donde no lo son, lo parecen, por el estado de las calles y la cantidad de gente (y cosas) que va por ellas. Hoy he aprovechado para ir a ver el templo de Loto, que es una cosa bonita por fuera pero que por dentro es un poco sectaria, y que no me ha dicho gran cosa; el Qutab Minar, que son unas ruinas de edificios islámicos de hace un porrón de años que tienen como punto más significativo una torre muy guapa que recuerda a otras afganas muy parecidas, como el minarete de Jam; el Jantar Mantar, que es un observatorio astronómico mogol (como el que había en Jaipur y que no tuve tiempo de ver); y la India Gate y la zona gubernamental, de estilo colonial inglés. De todo, lo que más me ha gustado ha sido el Qutab Minar, aunque he de decir que tengo una pequeña debilidad por arcos enormes en mitad de ciudades, como el Arco del Triunfo de París o la India Gate de esta ciudad.

De todas formas, aparte de que estaba cansado, hoy he ido todo el día con espíritu, precisamente, de fin de fiesta; casi más de resaca de lo ya vivido que de mentalidad de seguir de viaje todavía. Pero es que pensar en el momento del Templo Dorado de ayer, de noche, con todo el mundo sentado en el estanque con las velitas, y los fuegos artificiales, me parece un fin de fiesta estupendo para el viaje.

Dentro de unas horas cojo el avión que me lleva de vuelta a Barcelona pasando por Estambul, y empezará el momento de empezar a masticar todo lo que ha pasado estos días.

Que la verdad, poco no ha sido.

Lollywood superstar

¡Hola!

En Lahore que seguimos, aunque por última noche. Ohh… La verdad es que me da pena irme, porque estoy pasando muy buenos momentos en esta ciudad. Días como hoy, que se pasan volando, hacen que merezca la pena desplazarse tantos kilómetros e invertir tanto dinero. Porque no todos los días te invita a su casa un completo desconocido y te entrevista la tele nacional de Pakistán. Hoy también va tocho, ¡aviso!

Iñaki tomando decisiones

Iñaki tomando decisiones

Ya desde casa, sabía que en Lahore una de las cosas que quería hacer era ir al campo. Antes tó esto era campo. Tenía la posibilidad de hacerlo con el dueño del hostel, que por —tras regatear mucho— 15 euros me llevaba a un tour durante cinco horas por su pueblo. Pero ni me apetecía darle más dinero a este tío, ni me terminaba de convencer el plan, porque la gente que estoy conociendo aquí me ha picado muchísimo la vena de viajero independiente que llevo dentro. Así que he hecho caso a lo que Jesús, el fotógrafo barcelonés que conocí aquí, me dijo: si quieres ir a algún pueblo de por aquí cerca, en donde ver la auténtica vida del Pakistán rural, pregúntale a alguien de la calle para que te lleve. Y dicho y hecho. A toda la gente que me fui cruzando ayer —conductores de rickshaw, vendedores, trabajadores en los monumentos— le pregunté: ¿eres de Lahore? ¿Vives en la ciudad? Y a los que respondían que no, continuaba: ¿y a cuánto está tu pueblo de aquí? La gente es tan encantadora que ni siquiera era necesario preguntarles si te podían llevar, porque ellos mismos se ofrecían. Y el que más me encajó, por tipo de persona, por hablar inglés —algo— y por distancia —para poder hacerlo en el mismo día— fue el gacho con el que me tomé el Sprite en la tumba de Jahangir. Me dijo que su pueblo no estaba lejos y que él y su hermano podían enseñarme la zona en moto si acudía hoy por la mañana.

Arreglando Pakistán

Arreglando Pakistán

Y finalmente, es lo que he decidido hacer. Al llegar allí, lo que me ha dicho con una cara de sorpresa y agradecimiento muy sinceros ha sido «no pensaba que acabaras viniendo». Como la situación, supongo, era un poco nueva también para ellos, porque todo el mundo va, ve la tumba y se pira, he generado mucha atención y mientras esperábamos a que viniera su hermano con la moto tomando un refresco, nos han acompañado cuatro de los trabajadores del recinto. Hemos tenido una conversación muy larga y muy animada, de más de una hora y media, sobre España, Pakistán, y la vida en general. El que mejor inglés hablaba, que por como iba vestido debía ser el jefe, ha comenzado diciendo, refiriéndose a mi nuevo amigo: este tío es una bellísima persona. Por favor, si puedes hacer algo por él, lo que sea, hazlo. Él y su familia son muy pobres. Pues nada, empezamos compungidos. Les he enseñado fotos de Zaragoza que llevaba en el móvil, porque querían ver algo de España, hemos hablado de mi trabajo, del suyo… y mucho rato de la situación política de Pakistán, con el tema del terrorismo, los drones y los talibanes. Estamos así por culpa de nuestros líderes, decía: lo único que hacen es comer mientras el país muere de hambre. Igual que en España, le he dicho. Si pudiera, los mataría. Hombre, eso igual se me escapa un poco, he pensado. Me ha dado también una pista a por qué aquí hay algunos monumentos Patrimonio de la Humanidad que están tan mal cuidados, porque él, que trabaja en uno —y parece que en un cargo con una cierta responsabilidad— ha opinado que este tipo de fastuosidades en las que los antiguos reyes gastaron tanto, hoy en día no aportan nada al país. Que habría que demolerlos para poner casas para la gente pobre o escuelas. Hombre, no creo que fulminar tu pasado sea la mejor manera de empezar a levantar el futuro. Pero en fin, ha sido una conversación muy agradable.

¿Hace un poco?

¿Hace un poco?

Cuando ha llegado el hermano con la moto, nos hemos montado los tres y me han llevado a dar una vuelta por el campo. Me han llevado como a seis o siete kilómetros tierra adentro y me han enseñado plantaciones de arroz, plantaciones de rosas (qué bien huelen aquí), manadas de vacas, de búfalos de agua, árboles de lichis, una mezquitilla rural y un cementerio, tres o cuatro pequeñas aldeas de agricultores… un poco de todo, durante aproximadamente dos horas. En toda mi vida solo había montado en moto un par de veces, y esta experiencia de ir tres ha sido interesante. Con la gente de los pueblecillos no he podido interaccionar demasiado, porque estaban todos en sus quehaceres, pero con los que lo he hecho han estado encantados de hablar conmigo, de ser fotografiados, y me han regalado comida. Majismos. Después de dar unas cuantas vueltas, y cuando pensaba que ya me llevaban de vuelta al punto de partida, me han llevado a su casa.

Mi familia de allí

Mi familia de allí

Menuda experiencia. Siempre he leído de viajeros que han tenido la suerte de que les inviten a algún entorno familiar o doméstico en algún lugar lejano, pero nunca me había pasado. Desde luego, el tío de antes no mentía: la familia de mi amigo es realmente pobre. Dios mío que casa. Sin baño, por supuesto, y sin tantas pero tantas cosas que casi acabaría antes diciendo las cosas que sí tiene que las que le faltan. Es una casa enorme, de tres pisos, pero casi completamente vacía y que parece a medio construir (o destruir). Dentro viven ciento y la madre, sin haberlos contado yo diría que entre doce y catorce personas. El problema no es el espacio, sino que de toda la familia solo curran mi amigo y el de la moto (y no creo que ganando mucho dinero). Me lo he pasado genial con ellos, jugando con el niño más peque, comunicándome con gestos con los mayores, y haciendo fotos individuales y de grupo a todos. La cámara en estos casos genera vínculos emocionales intensos e inmediatos, y ayuda muchísimo a la comunicación. La matriarca de la familia me ha dado su bendición y la bienvenida a la casa, me han hecho dos tés, me han dado de comer, han salido a comprar galletas y patatas fritas con refrescos para tener algo que ofrecerme… madre mía, y sin tener tan apenas nada para ellos y conociéndome de nada en absoluto. Cuando me he despedido de ellos, que he tenido que ser yo porque ya me decían de que me quedara a dormir, no he sabido cómo expresarles lo afortunado que me sentía. Para acabar, hemos ido cinco en la moto, nosotros tres y dos de los niños —antes lo pongo ayer, antes me pasa— a que me pillara un autorickshaw y han negociado el precio por mi. Les he agradecido la experiencia de la forma más práctica que he podido, con dinero, y me he pirao.

Gozando la tarde

Gozando la tarde

He llegado con el tiempo justo de ver el fuerte de la ciudad antes de que chaparan, y como algunos de los de la India, ni fu ni fa. He pasado al edificio de enfrente, la mezquitaca en la que ya estuve antes de ayer, y he vagado por el interior hasta que ha anochecido. Pensaba que por ser viernes estaría petaduca pero es tan enorme que daba la sensación de estar casi vacía. De noche me ha gustado mucho más que de día, y de nuevo he vuelto a ser la atracción haciendo fotos, posando para fotos, dando mis datos de contacto y hablando con la gente. La verdad es que te echas unas risas buenas con esta peña. Uno que había por allí me ha ofrecido subir a la parte alta del pórtico de entrada, desde donde puede verse el patio, la mezquita y el fuerte, y por ahí he estado vagando y disfrutando de cómo se iba templando la temperatura.

Ya está el listo chupando cámara

Ya está el listo chupando cámara

Cuando ya me iba, y estaba bastante lejos de la mezquita, uno de los tíos con los que había hablado antes ha venido corriendo a cogerme del brazo y a decirme que volviera corriendo, que volviera corriendo. He ido con él a toda leche y lo que pasaba es que estaba la PTV, la tele pakistaní, haciendo algunas entrevistas y me querían entrevistar a mi. Como todo en esta zona, ha tenido un componente súper bizarro. Yo pensaba que me tocaría hacer un sesudo análisis del panorama geopolítico de Asia central visto desde la perspectiva europea, pero querían preguntarme sobre la luna llena. ¿Has visto alguna vez la luna llena? ¿La ves dos veces al mes? ¿Qué opinas de la luna llena? Después de la entrevistaca, ha tocado posar junto con un grupo de gente poniendo cara de sorpresa y mientras yo señalaba a la luna. Imaginaos qué cuadro. Y claro, si de normal atraigo la atención de la gente, con esto ya ha sido la rehostia. Al apagar los focos, todo el mundo —y digo, todo el mundo— quería darme la mano y hacerse fotos conmigo. Como una súper estrella de Lollywood. No sé si sería posible conseguir ese vídeo, pero mataría por verlo.

Y ya, a medir los gastos cenando en el Cooco’s Den, un restaurante famoso de la ciudad con vistas a fuerte y mezquita, muy bonito de noche, porque mañana abandono el país y quiero salir con la menos cantidad de rupias pakistaníes posible. Mañana cruzo de nuevo la frontera para entrar en India y pasaré la noche en un tren cama desde Amritsar camino a Delhi, así que probablemente…

¡Hasta pasado mañana!

Paradojas y tambores

¡Buenas noches!

Parece que hoy estamos de fiesta porque esta es nuestra tercera hora seguida de luz, así que voy a aprovechar a ver si me da tiempo de escribir esto antes de que se vaya otra vez.

Trapicheo animal

Trapicheo animal

Hoy ha sido un buen día otra vez, pero bastante agotador. Pero mu contento me tenís, como dicen en los pueblos. He empezado el día de un modo relajado y tranquilo, viendo animalicos, porque me he ido al zoo. Toma esa. Me ha acompañado el americano con el que comparto cuarto, y hemos estado viendo jirafas, monetes, tigres blancos y una elefanta que coge dinero con la trompa y se lo da al cuidador. Fascinante todo. La verdad es que me apetecía ir más por ver el sitio que por los animales en sí, porque los zoos no me motivan mucho, pero cuesta solo 50 céntimos de euro entrar y es uno de los más antiguos de Asia, y la verdad es que está chulo.

Iñaki en el zoo

Iñaki en el zoo

Pero lo curioso ha sido la situación que se ha generado alrededor nuestro dentro del zoo con una familia pakistaní que estaba de visita con los críos. Yo creo que esto es el mayor rompe tópicos estético que he sentido nunca. El caso es que los niños de la familia querían que les hiciese una foto, pero la madre se ha negado en redondo y se ha alejado medio asustada, y el padre nos ha explicado que es que pensaba que éramos… chan chan… ¡talibanes! Chúpate esa. Creía que éramos de etnia pastún, que es de la que salen casi todos los talibanes de Afganistán y Pakistán, porque en su mayor parte son de piel clara y llevan barba (me sorprende que aquí consideren barba lo que tengo en la cara). Paradojas de la vida: en casa te imaginas a los talibanes como gente de piel oscura, barbas enormes y de rasgos extraños y ajenos y resulta que se parecen a ti tanto que en su propio país creen que eres uno de ellos. Me lo han corroborado los compis del hostel, y es que dicen que si te vistes como un pakistaní y dejas las bolsas y las cámaras en la habitación, aquí pasas totalmente desapercibido para ellos. Acojonante. Y bueno, todo esto ha derivado en la situación incómoda de que, tras decirle que éramos español y mexicano (no quiere decir aquí que es de los EEUU), el hombre nos ha preguntado que qué opinábamos de los talibanes. Es difícil encontrar una respuesta neutra que no sea potencialmente ofensiva.

Jardincillos veraniegos

Jardincillos veraniegos

De ahí nos hemos separado y me he ido a ver los jardines de Shalimar, antigua zona de recreo de las familias reales mogolas, que están un poco a las afueras, otro monumento Patrimonio de la Humanidad que no lo parece por el estado de conservación en que se encuentra. Aunque aquí más bien es un tema de que está en restauración, y de que las fuentes y los caudales de agua están apagados por el tema de los cortes de luz. Se me ha pegado durante el tío que he estado dentro un tío que hablaba un excelente inglés que curraba allí y que me ha ido explicando todo de forma muy amena y muy detallada, sin buscar nada de dinero a cambio. Solo por charlar y porque está orgulloso de su patrimonio. Pues por mi encantado. He aprovechado para preguntarle acerca de cosas del propio país, como los cortes de luz, y me ha dicho que están así desde el 2004, aproximadamente. Según me ha dicho, el gobierno de Musharraf quiso llevar electricidad a todas las casas del país, por lo que al no invertir en mayor infraestructura de la red se consume mucho más de lo que se produce y por lo tanto hay que cortar una vez cada hora. Además de típicos problemas políticos y corrupción, claro.

Tumba rebonica

Tumba rebonica

He cogido un autorickshaw y me ha llevado a la tumba de Jahangir, estéticamente mucho más interesante y también Patrimonio de la Humanidad (este sí que lo parecía). Durante el camino, el conductor, un chico joven que iba con su amigo sentado delante mientras ambos comían —él mientras conducía, por supuesto— me ha estado diciendo lo mucho que le gustaría poder viajar a España para vivir y trabajar allí, pero que no tiene dinero ni cree que lo vaya a tener jamás. Por favor, ¿qué podrías hacer tú para ayudarme? ¿Me podrías conseguir un visado? Nivel de incomodidad: epic. Dentro de la tumba de este señor, padre del emperador que hizo construir el Taj Mahal, otro señor se me ha pegado y me ha hecho de guía durante todo el rato (aunque este sí que esperaba algo de dinero a cambio, y de paso como hacía un calor de tres pares de cojones le he invitado a un Sprite). En fin, la tumba muy chula, aunque en realidad son dos. La grande, famosa y bonita está bien, pero la de enfrente que está rota y es mucho más pequeña me ha parecido mucho más interesante.

Tamboreo a tope

Tamboreo a tope

De ahí he vuelto al hotel y he descansado algo antes de salir hacia uno de los eventos que hacen famosa a esta ciudad, y que tiene lugar todos los jueves en distintos puntos de la misma: las noches sufíes o Qawwali nights. Básicamente consiste en una aglomeración brutal de gente que se reúne los jueves para festejar su religiosidad y para entrar en trance. Y vaya si lo hacen: durante más de dos horas, tres tíos tocan percusión a un ritmo enloquecido, mientras gente baila y se contornea espasmódicamente a su alrededor como si les estuvieran dando garrampas. El resto de gente, que permanece sentada, grita, se mueve, lo vive, y sobretodo fuma: cómo fuma hachís. Pero que manera de fumar, señora. No me extraña que entren en trance, entre el humo, los meneos y la música a todo meter. Y sin luz, claro. La verdad es que la experiencia es bastante guapa, merece mucho la pena meterse en el ambiente. Aunque uno de los del hostel, un chico de Singapur encantador, le ha quitado algo de gracia definiéndolo como «Ibiza pero con un componente religioso». Aunque bueno, supongo que en el fondo tiene razón.

Sí, estas cosas se ven

Sí, estas cosas se ven

Y bueno, las anécdotas bizarras del día, de las que lamentablemente no tengo documentación gráfica de apoyo, vienen de la carretera —cómo no. La primera es de ayer: es común ver cuatro, cinco y hasta seis personas en una misma moto, o a gente llevando cargas espectaculares encima, pero como esta no había visto ninguna. Un par de tíos en una motocicleta a todo trapo por entre el tráfico. La carga del de detrás eran cuatro ovejas vivas. Digno de ver. La segunda, de hoy: atasco de la hostia por la noche en un cruce de avenidas en la ciudad. Entre el mogollón y el escándalo de pitos, destaca un vehículo entre los demás: un toro mecánico, zigzagueando entre coches, rickshaws y gente, llevando encima de las palas… un coche. Fascinante ver de repente un coche volador por encima del atasco a toda velocidad.

Lo que no paro de preguntarme es: ¿qué burrada tienes que hacer en estos sitios para que te multen?

De bazares y fronteras

¡Buenas noches desde Lahore!

Menuda ciudad más fascinante. A pesar de la polución, que es bestial (aquí hemos cambiado el olor a mierda de vaca por el olor a humo de coche), y de los continuos cortes de luz. O bueno, quizás no a pesar de ello sino en parte gracias a ello, porque es fascinante que todo un país sobreviva con una hora sí y una no de electricidad todos los días del año, y que la compañía eléctrica sea tan puntual a la hora de conectarla y desconectarla (es como las campanadas de las iglesias, sabes qué hora es porque la luz viene o se va).

Lahore's street

Lahore’s street

Hoy ya he tenido tiempo de pasear algo por la ciudad y de disfrutar algo por las calles. Me he levantado a las ocho de la mañana después de pasar una noche maquiavélicamente perversa. Porque solo así puede definirse a la jugada maestra del mal que es el sistema de aire acondicionado sumado a los cortes de luz. Durante una hora, mientras duermes, pasas todo el calor del universo y sudas como un cerdo. Durante toda la hora siguiente, también mientras duermes, la luz (y por tanto el aire acondicionado) vuelve y te pega durante sesenta largos minutos en la espalda sudada, para que cuando ya te has aclimatado se vuelva a ir y vuelvas a sudar de nuevo. ¿Perverso o no? Lo primero que he hecho ha sido buscar dónde comprar una tarjeta SIM pakistaní para el teléfono y así poder recibir llamadas desde Skype, pero ha sido imposible. Debido al tema del terrorismo y al anonimato de las tarjetas SIM, vigilan un huevo a quién se las dan y cómo y por tanto los trámites duran cuatro o cinco días, más tiempo del que voy a estar aquí… por tanto, sin tarjeta nos quedamos. No problem.

Arremángandose las vestidores

Arremángandose las vestiduras

Luego, he cogido un autorickshaw y le he pedido que me llevara a Delhi Gate, una de las puertas de la parte vieja de la ciudad, para empezar a callejear por su interior. Unas callejas llenas de gente, de productos de todo tipo y de encanto. Lo primero con lo que me he cruzado es con una mezquita que me ha parecido espectacular. Muy deteriorada, pero en este caso era algo que le sumaba incluso encanto. Con una estructura muy diferente a las mezquitas típicas de Oriente Medio y Magreb y por contra, muy parecida a las mezquitas persas de Asia Central (que al fin y al cabo es donde estoy, supongo). He mimetizado técnicas de integración que me enseñaron ayer mis compis de hostel y la verdad es que la mejoría es inmediata. Antes de dar tiempo a que se dirijan a ti, ir con confianza y una gran sonrisa a una de las personas que parezcan estar al cargo, tenderle la mano acercándote mucho y decir salam aleikum, te abre realmente muchas puertas y te aproxima un montón a la gente porque comienzas creando un vínculo. Me han acompañado por la mezquita, explicándome las cosas, y me han dejado subir a uno de los minaretes (que descalzo es toda una experiencia, por cierto). Muy bien.

Alegres panaderos

Alegres panaderos

He ido saludando a gente del bazar, interesándome por algunos de los productos y los puestos, y la gente aquí es tan absolutamente amable y encantadora que hasta me han invitado a desayunar (no me han dejado pagarles el pan que les he pedido que me dieran, por mucho que les he insistido, recién hecho y exquisito). Es realmente increíble lo amable, abierta, curiosa y –en general- desinteresada que es por aquí la gente. Nada que ver con la gente con la que me he cruzado en India, hecha totalmente al turista y su dinero. Pero que nadie me malinterprete: en India he ido dando con gente estupenda, aquí lo habéis leído, pero mezclada con gente que solo te quería por tu cartera, aquí lo habéis leído también. Aquí, salvo el gerente de mi hostel y un par de tíos en la frontera, parece que todo el mundo quiere hablar contigo y ayudarte no porque luego esperen recibir algo a cambio sino por hospitalidad sincera. Y eso es aquí en Lahore, ciudad de casi diez millones de habitantes y por lo tanto pasada también de rosca. Tendríais que oír las cosas que cuentan los compis de hostel de la gente del resto del país, de las zonas remotas. Un espectáculo de gente.

Mezquitaca

Mezquitaca

En fin, que después de vagar durante dos o tres horas por el bazar, me he dirigido a la mezquita Badshahi, uno de los símbolos de la ciudad y del país. Es muy parecida en estructura a la de Delhi, pero a otra escala. Esta dicen que es una de las mezquitas más grandes del mundo, y viendo el cacho patio que tiene, en el que dicen que caben cien mil personas, te lo crees. Justo enfrente tiene el fuerte de Lahore, que visitaré otro día, y al lado el Minar-e-Pakistan, una torre que también hace las veces de símbolo de la ciudad. En la mezquita de nuevo he vuelto a sentirme superestrella, de Lollywood en este caso (la productora de cine pakistaní, respuesta al Bollywood indio, con sede aquí en Lahore), por la cantidad de gente que se ha hecho fotos conmigo. Había quedado a las tres en el hostal con el americano y el alemán para hacer una actividad esta tarde y me he cogido un ¿motorickshaw?, no sé cómo debe llamarse, híbrido entre ambas cosas, y le he pedido que me llevara. Todo el camino hablando con el conductor, un tío súper simpático, sobre España, Pakistán, y la vida y las cosas. No paraba de repetirme que insha’Allah la gente de Europa pudiera ver el verdadero Pakistán y no la versión que sale en nuestros televisores. Y de hecho, ojalá todos tuviéramos acceso a algo así.

La frontera, visible desde el espacio

La frontera, visible desde el espacio

Total, que he llegado al hostel y nos hemos ido los tres con un autorickshaw a la frontera por la que entré ayer al país, pero no para cruzarla, sino para ver cómo la cierran. Para quien no conozca de qué va el rollo, le dejo algunos enlaces a un vídeo para que se haga a la idea. El tema es: con todo lo larga que es la frontera por tierra entre estos dos países, este es el único paso abierto. En general, suele considerarse ésta como la frontera más peligrosa del mundo, pero no para la gente de a pie, sino para el mundo en general. Desde que se separaron el uno del otro, India y Pakistán han mantenido una relación muy frágil entre sí, con constantes tiras y aflojas y conflictos en mayor o menos escala. Eso, entre dos países que se tocan y que cuentan ambos con la bomba atómica (además de con un paradójico índice de pobreza interna), hace que la frontera en sí y las relaciones entre ellos sean bastante peliagudas. Y es por ello, que este paso que queda abierto entre ambos, resulte tan simbólico y les sirva como plataforma patriótica desde la que mostrar la superioridad que tienen sobre el rival, y montan todo este espectáculo.

Petao a tó petar

Petao a tó petar

Porque puede ser cachondo, surrealista, hilarante o penoso, pero espectáculo, es. De verdad que os recomiendo que busquéis vídeos porque merece la pena verlos, especialmente a aquellos a los que os va el bizarreteo (que sé que aquí hay más de uno). La cosa consiste en que la ceremonia de cierre de la frontera se realiza con mucha pompa y solemnidad a ambos lados de la misma, con soldados de un sitio que desfilan y pavonean frente a los del otro y que se “atacan” gestualmente con movimientos coreografiados y agresivos. Para verlo, todos los días se congregan a ambos lados cientos de personas ataviadas con banderas y con ganas de mostrar vena patriótica frente al enemigo de enfrente y abarrotan las gradas que tienen habilitadas para ello. Pero que esto tiene animadores en directo, con coros y olas grupales, éxtasis colectivo, gritos y alabanzas, y demás desparrame y desvarío fervoroso. No sé cómo será la que montan en el lado Indio, porque pese a que está a pocos metros es imposible ver u oír nada, pero viendo lo petado que estaba supongo que será similar. La cosa dura a lo tonto treinta minutazos intensísimos, y se llena todos los días del año (ojo al dato) con gente que viene de distintos puntos del país a verlo. Realmente alucinante.

Esperando, esperando...

Esperando, esperando…

Cuando nos hemos ido, después de posar para miles de fotos de nuevo, hemos ido a coger el autorickshaw y ¡oh, Allah! La rueda delantera estaba pichada, por lo que hemos tenido que esperar durante una hora mientras anochecía a que el conductor fuera a otro pueblo a comprar una de repuesto. Obviamente, hemos sido la atracción del pueblo, que ha venido en manada para vernos, tocarnos y hablar con nosotros. Que momentos tan fantásticos. Como os decía, gente increíblemente encantadora, curiosa, deseosa de que les hagas fotos y de hablar para conocerte y que les conozcas, de bromear contigo, nos han invitado a merendar… así que he hecho fotos como un tonto, algunas de ellas bastante majas y muy divertidas. Uno de ellos era un afgano muy simpático y muy interesante. Y además, para redondear, estábamos junto a una zona de aparcamiento de camiones, por lo que también me he hinchado a hacer fotos. Porque, si no habéis visto nunca un camión pakistaní, otro de los símbolos nacionales, no perdáis el tiempo y buscarlo en google. Obras de arte sobre ruedas.

Cuando ha vuelto nuestro conductor hemos instalado la rueda, nos hemos despedido de nuestra nube de amigos, y hemos vuelto a Lahore en una carrera frenética contra el tiempo, el resto de vehículos y el sentido común. Y conmigo sentado delante, con medio culo fuera en el asiento del conductor. Y un brazo y una pierna fuera del autorickshaw. Y encendiéndole con el otro brazo el cigarrillo, que lo tenía en la boca, mientras conducía y nos cantaba.

En fin, amigos. Este país engancha.

Cambio de tercio

¡Hola a todos!

Vaya un día intenso el de hoy. Voy directamente al grano porque si no, no acabaré nunca, porque además tengo la luz que me va y me viene. ¡Hoy es tocho, os aviso!

Camino a Pakistán

Camino a Pakistán

Esta mañana me he levantado en Amritsar con toda la calma, y a las doce he abandonado mi lujosísimo hotel de camino a la frontera con Pakistán. He pedido al hotel que me llamaran un autorickshaw, y me ha llevado hasta allí por un precio razonable considerando que está a casi una hora. Una vez en la frontera, aún en el lado indio, primero pasas con el autorickshaw un primer control en el que muestas el pasaporte y el conductor su licencia de conducir. De ahí, dentro de un complejo militar grande y solitario, te deja en el edificio principal donde está la aduana propiamente dicha. Ahí es donde está la madre del cordero si quieres hacer algo como lo que voy a hacer yo, de salir de India y volver a entrar (por lo que os comenté de que tienen una norma que dice que, entre que sales del país y que vuelves a entrar, tienen que pasar como mínimo sesenta días). Al principio sí que me han puesto problemas, pero cuando les he explicado que necesitaba volver a reentrar en la India antes de ese plazo porque mi vuelo para España salía en una semana, y han visto que ya lo tenía alquilado, me han dicho que no problem. Por si alguien va a hacer esto mismo, me han explicado que al tratarse de la frontera con Pakistan, y ser por tanto un “caso especial”, ellos tienen potestad para decidir en el momento si dejan salir y reentrar a alguien o no, y si tienes una reentrada justificada como es mi caso, te dicen que ok.

Llegando a la frontera

Llegando a la frontera

Pero cuando eso estaba aclarado, ha surgido otro problema algo mayor que ese. Lo cuento por si alguien puede verse en una situación parecida, que lo tenga en cuenta; quien no, puede saltarse esto porque es un poco coñazo. Y es que ayer en el segundo vuelo que cogí, los de inmigración la liaron parda. El segundo vuelo que cogí partía de Delhi (India), hacía escala en Amritsar (India, donde yo me bajaba) y llegaba a Sharjah (Emiratos Árabes Unidos). Por lo tanto, era un vuelo internacional, aunque el trayecto que yo hacía dentro de él era doméstico. Pero al ser internacional, tuve que pasar por el control internacional de pasaportes, y el tío de inmigración que chequeó el mío, no comprobó si yo iba a hacer el trayecto doméstico o el trayecto internacional completo, por lo que puso en mi pasaporte un sello de salida de la India (de lo que yo, ni fui consciente). Por tanto, estando hoy en la frontera, al comprobar mi pasaporte han visto que figuraba que yo había entrado en India el día 17 (cuando llegué) y había salido el 27 (ayer, cuando este mamón me puso el sello). Al llegar a Amritsar, como había sido un trayecto doméstico, nadie comprobó mi pasaporte, por lo que nadie se dio cuenta. Es decir: oficialmente, yo debería estar fuera del país al tener ya un sello de entrada y un sello de salida, por lo que se han vuelto to locos al decir: ¿y qué coño haces todavía en mi país, si aquí pone que saliste ayer? Les he explicado ochenta veces qué es lo que había pasado, pero no se han convencido hasta que no les he enseñado (menos mal que guardo todas estas cosas) las tarjetas de embarque de los vuelos de ayer y el billete electrónico correspondiente. Solo con eso han visto que la historia era real y hemos solucionado todo. Pero eso sí: me han dicho que guarde bien eso, porque quizás el día 3 cuando vuelva para España en Delhi me vuelva a pasar lo mismo y necesiten también corroborarlo todo de nuevo. Así que ya sabéis, briconsejo: guardar siempre estas cosas hasta que lleguéis a casa.

En esas entremedias, porque en total hemos estado casi dos horas así, he estado hablando con uno de los oficiales de inmigración. Viene muy bien también en estos casos confraternizar con alguno de los que cortan el bacalao y dorarle un poco la píldora por si acaso. Como todo el mundo aquí, hemos empezado con un which country y de ahí hemos pasado al en qué trabajas, cuánto ganas, cuánto gastas al mes, cuánto te has gastado en India, te gusta India… Le he contado algunas verdades, como mi sueldo y mis gastos, y algunas curiosidades que él tenía de España (ha flipado en colores cuando le he dicho que nos jubilamos a los 67, debe ser porque aquí la esperanza de vida es menos de eso); y le he contado algunas cosas un poco más adaptadas a lo que él quería oír. Para este tío, estoy viviendo ahora con mi novia en casa de mis padres preparando nuestra boda, que será en unos meses. Pero vamos, que me ha preguntado hasta si manteníamos “sex contact”. Desde luego esta gente va al grano. Pero vamos, era un buen hombre del que después de tanto rato me he terminado haciendo amigo y que ha ayudado a solventar el rollo pasaportil.

De ahí, tienes que pasar un par de controles de equipaje y esperar a un bus que te lleva hasta el lado pakistaní de la frontera (que está como a doscientos metros solamente, pero has de ir en bus). Ahí, vuelta a enseñar el pasaporte al último guardia indio, y un metro después, al primer guardia pakistaní. En el lado pakistaní de la frontera sin mucho problema, salvo por el hecho de que a la hora de cambiar pasta me han puesto las cosas un poco difíciles también. Unos trabajadores de dentro de la aduana me ofrecían cambiarme dinero en plan renegror, bajo cuerda y por lo bajini, a un ratio bastante malo. Pero como necesitaba algo de efectivo, le he dado a uno veinte euros. Acto seguido me ha venido el otro con lo mismo. Le he dicho que no, que no necesitaba más, y me ha empezado a montar un pollo diciendo que era una malísima persona, que cambiando dinero negro hundía su país (hijo puta, es lo que quieres que haga contigo pero te jode que lo haya hecho con el de enfrente) y me amenazaba con decírselo al de la aduana para que me quitaran el pasaporte y me echaran del país. Le he mandado a escaparrar al principio de buenas, luego de no tan buenas maneras, y he salido a pisar pro primera vez suelo pakistaní.

Vista desde el hostel

Vista desde el hostel

Y al principio, lo mismo que en India: mucha gente ofreciendo taxi a Lahore, a precios insultantes, y diciendo que era imposible rebajarlo más. En ese momento ha aparecido un autorickshaw salvador, y aunque enseguida lo han tapado entre todos, he conseguido meter la cabeza para hablar con el conductor y hemos acordado un precio más razonable hasta mi hostel. El trayecto ha sido guapo, dejando de lado el hecho de que he tenido que ir sujetando con la mano la puerta del autorickshaw durante medio camino. Pero ha sido guapo porque sí que se nota un cambio de la hostia con respecto a India. Pese a que solo estás unos kilómetros más allá, como la frontera es tan hermética se nota que son dos mundos que partieron del mismo sitio pero que han tomado caminos diferentes. Aquí, aparte de que todo está en inglés y urdu (con letra arábica) en lugar de en inglés e hindi, los hombres visten casi todos iguales (túnicas blancas, beige o celestes de cuerpo entero), muchos tienen gran barba pero no bigote, y las mujeres no van tan coloridas (aunque tampoco muchas van tapadas). Los pueblos son más sencillos que los de India: a medida que vas llegando a Lahore todo va cambiando a más ciudad, pero al principio se parece muy mucho a las escenas de pueblos afganos que salen por la tele en los telediarios. Se nota mucho el cambio, una vez en Lahore, en que la ciudad es mucho más cosmopolita que Delhi y que las indias (avenidas más grandes, muchos más coches, sin animales en medio de la carretera) y en que, al haber más tráfico rodado, hay mucha más polución ambiental (cambiamos el olor a plasta de vaca por olor a gasolina y humo). Sigue habiendo pobreza y miseria, pero a otro nivel, mucho más razonable. Y además, hay restaurantes en abundancia por todas partes.

Casi hasta parece de día

Casi hasta parece de día

El hostel es el típico de mochileros: habitaciones compartidas, baño compartido, etc. El dueño es majo y servicial, pero le falta tiempo para intentar clavártela vendiéndote tours de precios realmente insultantes. Pero bueno, me han invitado a comer nada más llegar. Mientras que los viajeros que conocí por India ponían cara de susto al decirles que venía a Pakistán, aquí todos ponen cara de susto al decirles que solo estaré cuatro días en Lahore, ya que todos llevan viajando por el país durante semanas o meses. He conocido a Jesús, un fotógrafo de Barcelona que lleva dos meses aquí,  a un francés y un alemán que también llevan lo suyo, y a un americano con el que comparto cuarto que lleva también cuatro semanas. Todos hablan absolutas maravillas, han estado viajando solos o entre ellos porque se conocieron aquí, y todos coinciden en que el tema de la seguridad no da ningún problema, mientras que no vayas de Multan hacia el oeste (hacia Irán y Afganistán). Pero que los valles del norte y Peshawar son increíbles. La verdad es que la pinta la tienen. El problema de la ciudad es que tiene cortes eléctricos constantes y periódicos, de forma que la luz va y viene cada hora, por lo que en los sitios caros (que no es el caso de mi hostel y de la calle, obviamente) funcionan con generadores. Eso implica que adiós al WiFI, a las baterías, al agua caliente, y a todo durante una hora de cada dos en toda la ciudad (más bien en todo el país, aunque en las zonas rurales parece ser peor, con cortes que duran semanas).

Cena de campeones

Cena de campeones

La ciudad la he paseado poco. Durante tres horas por la tarde, por los alrededores del hostel, buscando donde comprar una tarjeta pakistaní para el teléfono (en este país lo ponen complicado a los extranjeros) y durante un par de horas durante la cena, porque primero he cenado algo en el hostel de la cena que ha hecho el alemán y luego hemos ido (como en el chiste) el español, el francés, el alemán y yo a cenar por ahí. Por ahora, aparte de la completa oscuridad que hay por la noche debida en gran parte a los apagones, lo que más llama la atención es la cantidad de armas presentes que hay en el país. Eso se percibe rápido cuando ves que en la puerta de muchísimas tiendas, y más bien son tienditas, hay un guardia armadlo hasta los dientes con un rifle más grande que tú. Y son tiendas de lo más normalito, tirando a cutres. Pero parece que aquí hay un gran negocio con el miedo y la inseguridad, y desde luego es algo que se percibe nada más salir a la calle. Po otro lado, la gente es muchísimo más amable que en India (ya os contaré mañana a ver si me sigue pareciendo así, pero por ahora sí). Ha estado muy bien haber salido a cenar con los chicos, porque en un par de horas con ellos he aprendido muchísimas cosas sobre cómo moverte y comportarte por sitios como este, ya que tú piensas que sabes un montón hasta que hablas con alguien que lleva dos meses en Pakistán.

Si la luz y el WiFi lo permiten, mañana os contaré más cosas. ¡A por ellos!

Se hizo de rogar

…pero finalmente, ¡llegó! Tanta gente hablándome de ella, tanto escrito en internet, tanto cuidado para evitarla… pero en definitiva, como dijo el sabio, un viaje a India no está completo si ella falta. ¡Qué feliz y dichoso con mi apreciada diarrea! No pasan ni cinco horas que os digo que ya me he adaptado al medio… y zas, en toda la boca. Maldito karma.

¡Dios mío! ¡Pan en mis moscas!

¡Dios mío! ¡Pan en mis moscas!

Os dije antes de ayer al terminar el post: «mañana también promete porque tengo actividad preparada». Y tanto que sí, ¡pero no contaba con que la actividad que me iba a tener ocupado era estar pegado a la taza de la habitación durante toda la mañana! Lo que pretendía hacer ayer, y que finalmente no pude, era un curso de cocina india. Ohhh… lo tenía ya apalabrado desde casa, y la verdad es que me hacía bastante ilusión. Pero bueno, no se puede tener todo. Y además, puestos a elegir, ayer fue el día perfecto para irme por la pata abajo: la ciudad la había visto el día anterior, y para ayer solo tenía previsto hacer el curso de cocina y gambitear por la calle, por lo que dentro de lo malo, no me alteraba el plan de viaje al pillarme en un hotel en el que iba a pernoctar igualmente una noche más. La única pena es que para un día que tenía tiempo como para escribir, se estropeó internet (junto con mis intestinos) y no pude escribir entrada. De todos modos, para quien vaya a venir, que venga mentalizadísimo de que le va a tocar. Porque veo difícil tomar más precauciones que las que he tomado yo estos días, sinceramente. Pero cuando convives en este entorno con la suciedad y fauna omnipresentes, parece que toda precaución se queda corta. En el único momento que salí ayer a la calle, nada más poner un pie en el suelo, una vaca que estaba junto a la puerta me dió un mangurriazo con la cola. No hay precaución que valga.

Iñaki ayer

Iñaki ayer

Pero que bueno, eso… por lo menos, gracias a asistencia telefónica profesional (olé mi chica) y al botiquín perfectamente estructurado que me hice (hicieron), ayer estuve jodido todo el día pero hoy me he levantado bien y he podido seguir con la ruta prevista. Ayer fue un día largo y aburrido en el cuarto, y con momentos bastante surrealistas. Porque surrealista es encontrarte una cucaracha en el cuarto de baño y empezara a encorrerla a lo Benny Hill intentando gasearla con Relec —el antimosquitos— y acabar gaseándote a tí mismo (al menos conseguí que se fuera, aunque bien mirado no me extraña). Y porque hay pocas cosas más surrealistas que estar en la cama tirado con un pelín de fiebre y dolor de tripa mientras escuchas, en agosto y en la India, una misma canción navideña sonando en la casa de al lado durante cinco horas seguidas, una y otra, y otra, y otra vez. El puto we wish you a merry Christmas. Pensaba que se me licuaba el cerebro. Y hale a cagar. Y we wish you a merry Christmas. Y así durante toda la tarde.

Nidito de amor

Nidito de amor

En fin, que después del día depurativo de ayer y de los pastillones que me metí al cuerpo, que parece que me iba a la Pachá más que a la cama, hoy me he levantado mucho mejor. Pese a la flojerilla general he podido continuar con el viaje, por lo que estoy contento. He salido a media mañana del hotel y he tenido un día de aviones. Primero he hecho Jodhpur-Delhi (una hora), y después por la tarde Delhi-Amritsar (otra hora). He llegado al hotel de Amritsar a las nueve de la noche, y oye, he de decir que nunca he estado en ningún hotel con tanta vida como este. Pero no de huéspedes, sino de fauna animal. Porque de huéspedes estoy solo, ya que las llaves estaban todas en recepción puestas, pero lagartijas en las paredes del pasillo es difícil que haya más. Pero en fin, al menos puedo ver las estrellas desde mi habitación. A través de mi ventana. Ventana que da al pasillo, por cierto. Pero es que el pasillo no tiene techo, porque parece haberse caído. Lo que viene siendo un lujo asiático, vaya. La verdad es que vengo de alojamientos muy cucos y muy ajustados de precio, y este sitio… cuando he ido a cenarme los fuets que me traje desde España en la mochila, he visto que estaban más podridos que lo que hay detrás de la taza del váter de la habitación. Sea lo que sea. En fin, al menos he podido darme una ducha. Fría. Esta ciudad es famosa por el Templo Dorado, mayor centro religioso de la comunidad Sij, por lo que es una ciudad plagada de fe. Y desde luego, pensar que me voy a cubrir por la noche con el ¿terciopelo? que me han dejado a los pies de la cama —de la que se me salen los pies, por cierto— desde luego es un acto de fe.

En fin, queridos y queridas… mañana a media mañana saldré hacia Lahore, en Pakistán, a donde llegaré si todo va bien a media tarde. Si los de la frontera no me ponen problemas para luego volver a India —oficialmente solo puedes volver a entrar si ha transcurrido un periodo de dos meses entre distintas visitas—, mañana escrbiré desde Pakistán.

Si no… algo inventaremos.

Por las nubes

¡Buenas noches cos!

Menudo día bueno. Pero bueno de verdad, sin sarcasmos ni cachondeos. Hoy por fin he dormido mis más de seis horitas, ha hecho sol, he aprovechado el tiempo, he hablado con gente, he hecho cosas… y he llegado pronto al hotel para poder escribir pronto esto.

Cacho fuerte que te pedes

Cacho fuerte que te pedes

Hoy he pasado el día en Jodhpur, donde llegué ayer en bus, igual que haré mañana. Me concedí estos dos días enteros seguidos aquí porque quería hacer actividades y para poder descansar, y parece que las cosas van saliendo. Además, después de varios días queriendo decirlo pero llevándome alguna sorpresa a última hora, creo que puedo decir aquello de que ya estoy habituado a este medio. Consigo precios razonables en los autorickshaws sin fatigarme mucho, llego más o menos a las cosas que quiero hacer a tiempo, y por lo tanto las horas cunden más. Hoy he salido a las diez del hotel habiendo desayunado (¡milagro!) y he negociado con un autorickshaw el precio de que me llevara a un par de sitios seguidos que estaban algo alejados esperándome en la puerta. El primero de ellos se llama Jaswant Thada. Es un conjunto de edificios y monolitos que conmemoran a algunos de los maharajás de la ciudad, que la verdad es que es muy bonito porque está en un entorno montañoso y bastante guaper. Pero lo que tiene que de verdad mola son unas vistas espectaculares sobre Meherangarh, el imponente fuerte que se alza sobre la ciudad y que la hace famosa. Como está hecho a partir de piedra sacada de la montaña sobre la que se asienta, cuesta de ver dónde empieza uno y acaba la otra. Solo por las vistas merece la pena subir aquí, sin ninguna duda. Desde aquí además es fácil ver por qué Jodhpur es la ciudad azul: todas las casas de la parte vieja están pintadas de ese color, que antiguamente delimitaba las casas de la casta superior y hoy en día se usa para reflejar el calor y ahuyentar los mosquitos.

Baño con vistas

Baño con vistas

De ahí, con mi querido conductor al siguiente destino: los jardines de Mandore, antigua capital de hace vete-tú-a-saber-cuánto y que hoy en día, especialmente los fines de semana, están llenicos de indios que vienen a pasear a la fresca y de mendigos que vienen a aprovechar esa afluencia de gente. Además hay una especie de parque de atracciones (o algo así), lo que hace que aún más gente se deje caer por aquí. No está lejos, a unos siete kilómetros del centro, y a mi la verdad es que me ha gustado el paseo. Vale que con un día con sol todo se ve de otra manera, hasta ahí estamos de acuerdo… el cielo es azul, la hierba verde, los monumentos color tierra y los saris de las mujeres resplandecientes y preciosos. Pero vamos, es que aparte esta ciudad es grande y por lo tanto caótica y dinámica, pero al mismo tiempo recogidita y paseable, con rincones realmente cucos y con partes totalmente espectaculares (el fuerte es realmente imponente). Pero vamos, que los jardines… guay, porque aparte de un par de templos descuidados y abandonados pero que le dan una nota de exotismo al parque, está lleno de canales y cauces de agua que a su vez se llenan de mujeres en tetas bañándose (mayores, pervertidos abstenerse) y lavando la ropa y de hombres haciendo el ganso y jugando en el agua.

Como pa atacar esto

Como pa atacar esto

De ahí a mi destino final acordado con Mr. autorickshaw, la Clock Tower. Es, como su nombre indica, una torre con reloj situada en la plaza central de la ciudad (de la parte vieja al menos) rodeada de caos, puestos de todo tipo y nula salubridad, vacas y gente asilvestrada al volante. Vamos, lo habitual por este país. De ahí he ido paseando bajo la solana criminal hasta la entrada al fuerte, a la que he llegado tras beberme casi un litro de agua de tirón. Qué sed, Dios mío. Y qué manera de sudar. Otro día sin mear. ¿Dónde hay un poco de monzón cuando lo necesitas? Con la entrada al fuerte te dan una audioguía, y como en la Lonely ponía que estaba bien he decidido cogerla (sin ser muy de eso yo). Y oye, la verdad es que está muy bien. Mi nuevo amigo, el argentino que narraba las cosas, me ha ido explicando todo y me he enterado gracias a él de qué eran las cosas que iba viendo y de algunas anécdotas bastante curiosonas del conjunto. Como que hoy en día, el fuerte sigue perteneciendo al maharajá de Jodhpur, que sigue vivo y coleando y que es el que lo ha adecuado todo para que sea visitable y accesible al turista. Y oye, se nota un montón que esto pertenece a alguien que lo tiene en estima y que lo quiere tener bien cuidado. Porque a diferencia del resto de fuertes y cosas que he visto hasta ahora, este estaba impecable y excelentemente restaurado. Una gozada para los sentidos.

¡A volar!

¡A volar!

Pero hablando de gozadas para los sentidos, lo siguiente que he hecho y que ya desde Zaragoza me tenía ilusionadísimo con venir aquí. Porque igual que tuve la suerte de poder hacer en la Gran Muralla china, si el fuerte, la ciudad y el entorno son bonitos, ¿qué mejor que poder disfrutarlos sobrevolándolos en tirolina? Ya desde casa vi que esto se podía hacer y ya desde casa le reservé un hueco privilegiado en el planning del viaje. No es especialmente barato comparado con todo lo demás, pero a mi me compensa de largo: 1400 rupias, unos veinte euros, por hora y media de tirolineo a lo largo de seis líneas. La empresa se llama Flying Fox, y en todas partes pone «diseño suizo y equipamiento británico» para que te sientas seguro. Y la verdad, te sientes realmente seguro. Lo he hecho con cuatro chavales ingleses y la experiencia ha sido espectacular. Como además he tenido la suerte de que el día acompañaba, sin viento ni lluvia, pos qué más se puede pedir. Como os decía, seis líneas de tirolina: algunas sobrevolando lagos, otras sobrevolando rocas, pero todas alrededor del fuerte y con vistas potentísimas. Vamos, que me he quedado encantado. Igual que lo ha hecho la parte friki que hay en mí, porque si a alguno os suena de algo este fuerte quizás sea de verlo en las escenas del pozo de la última peli de Batman, the Dark Knight Rises, que fueron rodadas aquí.

Como si no estuviera

Como si no estuviera

Y nada, después del subidón, a deambular tranquilamente por la ciudad disfrutando un poco del paseo. Hablando con gente de por la calle que se me pegaba y les apetecía darme conversación, o posando para que algunos grupos de chavales jóvenes se hicieran fotos conmigo, o jugando con niños a que se hicieran fotos con mi cámara entre ellos y a hacérselas luego yo, o esquivando plastas de vaca (en algunos casos, en otros sin tanta suerte), o simplemente dejándome llevar entre la gente. Como os decía, ciudad caótica (es la segunda en tamaño del Rajastán, después de Jaipur) pero accesible y paseable. O eso, o es que de verdad ya me he hecho al entorno. Para volver al hotel he decidido probar a ir andando consciente de que me perdería, porque está en una zona laberíntica de calles sin ninguna indicación. Y efectivamente, así ha sido. Pero como todo en el día ha ido bien, he decidido probar suerte e ir preguntando a la gente de la calle y fiándome de sus indicaciones. Y vaya si ha ido bien. Tan bien, que todo el mundo me ha ido indicando el camino de un modo super amable, e incluso al final, me han acabado llevando en moto hasta la puerta. En una calle oscura como la boca del lobo le he preguntado a un par de chavales que estaban sentados en una moto que cómo llegar y me ha dicho el que conducía «sit» haciendo un gesto con la cabeza. He dudado si sentarme como hacen los perros cuando se les dice eso o subirme en la moto, y me he subido. Y oye, en la puerta me han dejao. Ni el motor han encendido, porque era bajada y no estábamos muy lejos.

Ya digo, un muy buen día. Mañana también promete porque también tengo actividad preparada.

Ya os contaré qué tal ha ido.

El bus de la fe

¡Hola!

¡Ya estoy en Jodhpur! Menudo día de autobús me he comido hoy, casi nueve horas en total. Pero ya está, estoy en el hotel de la última ciudad del Rajastán que voy a visitar, porque de aquí mi siguiente paso será coger un avión a Amritsar, al norte, dentro de dos días.

Party time

Party time

El plan de hoy estaba claro desde un principio, aunque no estaba claro que lo acabara haciendo o no: salir desde Udaipur por la mañana y llegar a Jodhpur por la tarde/noche, parando entre medias para ver los templos de Ranakpur. En principio, nada del otro jueves. Pero no tenía claro si lo haría porque tanto en Internet como en el alojamiento de ayer me desaconsejaron que lo hiciera en transporte público. Que si los buses no son buenos, que si la conexión no es segura, que si paquí y que si pallá. ¡Paparruchas! Ya dijimos que hemos venido a jugar. La alternativa era hacerlo con conductor privado, pero claro, la broma salía a casi 100 euros. O no hacerlo e ir directamente entre Udaipur y Jodhpur sin parar en el templo, en un cómodo y aburrido bus con aire acondicionado que llegaba en solo cinco horas. Descartado de pleno. Así que nada, para la estación de autobuses, y a preguntar por el aparato. El primero, entre Udaipur y el templo, ha tardado unas tres horas y media. Ni los que viajaban en él sabían que pasaba por los templos estos. Pero bueno, ha sido relativamente cómodo, porque era un autobús formato Alsa (para que nos entendamos) aunque sucio y viejuno. Vamos, mejor de lo esperado. Así que en un momento dado entre subidas y bajadas en la carretera, y entre zonas montañosas y muy pero que muy arboladas, el autobús para y la gente de alrededor mi mira y dice «¡Ranakpur, Ranakpur!». Pos p’abajo que vamos.

Mu rico

Mu rico

En este templo no hay ni pueblo, ni parada de autobús, ni hostias: es solo el recinto del templo, con un pequeño «restaurante» de carretera, y un par de edificios bajos con pinta de estar abandonados. Voy con el mochilón a cuestas para dentro del recinto y la cosa cambia: de la soledad y el aislamiento del exterior, donde no hay nada más que la carretera, el «restaurante», y un par de montoncillos de basura ardiendo (así es como se deshacen de ella en este país), pasamos al interior, donde no es que aquello sea una multitud pero sí que hay un par de buses de turistas (en su mayoría indios que vienen a rezar) y algo de vida. Y monetes dándolo todo, como los que os he puesto arriba (debe ser porque el templo es jainista, y hacían un homenaje a la vida). Hablo con el tío de la taquilla y me dice que el bus hacia Jodhpur «suele pasar sobre las dos y veinte». Vamos, cuando Dios quiera. Le dejo el mochilón y me meto pa dentro del templo. En ese momento estaba entrando una cantidad espectacular de indios, todos vestidos con turbante y con saris de colores, respectivamente, y había un grupo de españoles fuera despotricando y diciendo en plan energúmeno «¡yo así no entro! ¡Así no entro!». Pos hala, quedaros fuera. Yo a disfrutar del ambiente. Y la verdad, muy bien. Pero que muy bien. Yo creo  que por ahora lo que más me ha sorprendido y me ha gustado del viaje. El templo es bastante grande, todo de mármol blanco, de hace unos seiscientos años, y está completamente lleno de bajorelieves y filigranas con figuras en todas sus paredes, techos y columnas. 1444 columnas nada menos, y todas distintas entre sí, con una de ellas ligeramente inclinada para demostrar «que nada es perfecto salvo Dios». Ahí es na.

La larga espera...

La larga espera…

Total, que a las dos, pa la carretera a esperar a un supuesto autobús que debería llegar con destino a Jodhpur. Cargadito de fe, vamos. Ha pasado uno a los veinte minutos de estar fuera… que no llegaba a Jodhpur. Vaya. El siguiente, que sí que iba hacia allí, ha tardado casi tres cuartos de hora más en llegar. Ahí a la espera en la solana, oliendo a plástico quemao. Para pararlo, protocolo habitual: agitar el brazo ligeramente, luego desesperadamente; luego hacer amago de ponerte delante en la carretera, luego ponerte del todo; y consigues que el bus aminore un poco la marcha (no que pare, por supuesto). Corres en paralelo, gritando y sudando «¡Jodhpur, Jodhpur!». Uno de dentro dice yes, te agarras a la barra de la puerta, y nada más que lo haces el bus pega un acelerón. Total, que cuando entras y ves que está lleno de indios con cara seria y solemne mirándote, y tu estás con la mochila torcida, sudando, y jadeando, solo atinas a decir: how much?

Un prodigio del transporte

Un prodigio del transporte

Pero vamos, que como sarna con gusto no pica, no voy a darle muchas vueltas a la panzada de bus que me he metido hoy entre pecho y espalda. ¡Pero qué panzada! Las tres horas y media del primer trayecto más unas seis de este segundo. Pero sobretodo por el propio bus, porque hay buses, malos buses, horribles buses, Tuzsa… y esto. Y eso que el mio era normal, sin literas ni nada de eso, que esos deben ser ya la risa padre. Como el que cogí ayer para ir a los templos de Udaipur: no asientos individuales, sino filas de bancos. Para dos personas a la izquierda, para tres a la derecha. Y en el pasillo, los que quepan. Y todos apretadicos en amor y compañía. Pero vamos, que he ido la mayor parte del tiempo sopa, así que en realidad tampoco se me ha hecho demasiado largo. Dando cabezadas en 360 grados a lo niña del exorcista, porque no había dónde apoyarte, pero sopa al fin y al cabo.

Así que eso, que ya estamos aquí, y que todo sigue yendo muy bien. En este hotel se cena muy bien y aunque no tengo WiFi en el cuarto y tengo que salir fuera, y ahora mismo hay cinco indios esperando a que acabe para no sé muy bien qué (limpiar, o recoger, supongo, a ver si van a ser estos los únicos en todo el país que saben qué es eso).

A soñar con calles sin ruido y papeleras por las calles.

Lagos, palacios y vientos

¡Hola desde Udaipur!

Sigo vivo. Ayer, como era de esperar, no pude escribir porque fui a toda leche para no perder el tren, que al final sí acabé cogiendo, así que me pongo a esto que hoy son dos días en lugar de uno.

Palacio de los Vientos

Palacio de los Vientos

Ayer, me volví a dormir (y van…) y no llegué a tiempo a apuntarme a un tour por Jaipur para ver las cosas más importantes, que salía mucho más barato de precio que ir en autorickshaw (y sin regatear, milagro). De hecho no estoy seguro ni de que el tour llegara a salir, porque me intenté apuntar al de los dos siguientes horarios y en ambos me dijeron lo mismo: estás tú solo, no hay ningún turista más, por lo que al no llegar a cinco personas el tour no sale. Pos vaya con la temporada baja. Conclusión: pasamos al plan B: coger un autobús, esta vez urbano, sin tour, para ir desplazándome entre los sitios más baratunamente, aunque más lento. Tienes que coger el bus nº 5, dijeron. Sí, pero ¿cuál? Hay muchos número cinco: unos que paran, otros que no; unos grandes, otros pequeños; unos de un tipo de carrocería, otros de otra… y en todos me dicen que no van a ninguno de los sitios que me interesan, sin llegar a pararse del todo (por lo que les pregunto y contestan mientras corro en paralelo al bus)… y se pone a llover. ¡Hoy promete! Así que pasamos al plan C: andando, y a joderse tocan. Paso de ponerme a regatear un autorickshaw bajo la lluvia. Me dirijo hacia la parte vieja de la ciudad (aunque toda es tan sucia y fea que en realidad toda parece más vieja que la parte vieja), la llamada ciudad rosa, porque tiene todos sus edificios pintados en ese color desde la visita de Alberto de Inglaterra en 1905. Me meto al Hawa Mahal, el Palacio de los Vientos, edificio más representativo de Jaipur, y veo que por dentro es igual de pequeñito y sosete que por fuera. Sinceramente, tampoco me dice gran cosa.

Será por trompa

Será por trompa

Justo cuando estoy llegando a mi siguiente destino, el observatorio de Jantar Mantar, que está justo al lado, me para un tío de unos treinta años y va directo al grano: ¿por qué los extranjeros no queréis hablar con los indios? Y yo: pues ehh… supongo que habrá como todo, extranjeros buenos y malos (bad poker face). Total, que me engancha y me empieza a decir que solo vamos a ver monumentos y no a relacionarnos con la gente, que él quiere hablar, que quiere saber cosas de España y hablar de cosas de India… y la verdad es que nos quedamos sentadicos hablando durante igual 45 minutos, de todo tipo de temas: festivales de España, de Cataluña y País Vasco, de Franco, de la religión hindú, del horóscopo, de los gurús… La verdad es que muy bien y muy enriquecedor. Además, me dice: olvídate del observatorio, son solo edificios, vete a ver algo más interesante y gratuito. Y pallá que fui. Me apetecía mucho ver el observatorio, pero otra vez será, porque la alternativa que él me ofrecía era ir a ver un pequeño centro de entrenamiento de elefantes que es gratis. Me da un poco de rabia porque he oído que aquí en Jaipur no se les trata especialmente bien, pero vamos allá a ver qué tal. Total, si no les voy a dejar dinero… tienen cinco elefantes. Aquí les dan de comer y les cuidan (o eso espero), aunque para que hagan caso les pegan tortas en la trompa (que con lo grandes que son, tampoco sé hasta qué punto notarán gran cosa). Hacemos un poco el mingas, y vamos al siguiente destino: el fuerte de Amber, visible desde casi toda la ciudad.

Domingueros indígenas

Domingueros indígenas

hasta allí con mi querido psicópata el conductor de autorickshaw. Sí, lo sé, sé que estoy todos los días con lo mismo, pero es que por días que pasan no salgo de mi asombro de cómo conduce esta gente. Solo deciros que, por el efecto de la velocidad a la que iba, los bandazos que pegaba, la calidad del vehículo, los baches de la carretera y la acción de mi cabeza, se le rompieron dos de los cuatro hierros que forman la estructura de la capota. Sí, la acción de mi cabeza. En cada bache que pillaba el culo me botaba y le daba un cabezazo a la capota, por lo que creo que algo habré tenido que ver en la rotura. De esa guisa llegamos al fuerte de Amber, que cómo no, está invadido por turistas indios domingueros dominguereando. Menuda manda de gente. He de decir que, de los 1250 millones de habitantes que tiene la India, al menos quince se han hecho hasta ahora una foto conmigo. Así dicho no parece mucho, pero quince personas en una semana no es poca cosa. Unos con turbante en el Taj Mahal, unos cuántos jóvenes aquí, otros por otros lados de Jaipur… debo ser famoso aquí y yo sin enterarme. También hay muchos, pero muchos, de los que te piden que les hagas una foto. Pero no porque estén posando y para que les pagues, sino porque… no lo sé, supongo que porque les hace ilusión sentirse importantes y que les hagan una foto con sus familias. Quien vuelve de aquí sin fotos de gente es porque no quiere, eso está claro. El fuerte bastante bien, muy buenas vistas y con algún detalle muy bonito y muy interesante.

Todos contentos

Todos contentos

Y de ahí, a la vuelta del fuerte, parada técnica fotográfica en el Jal Mahal, un palacio deshabitado que da la sensación de estar flotando en un lago, y de vuelta al hotel. Después de pelear mucho con el psicópata del autorickshaw, que me quería cobrar de más por haber variado el destino final del trayecto, tuve el gran honor de conocer personalmente al Sr. Singh, propietario y gerente del hotel en el que me alojaba. Pese a sus dolores de espalda, hizo el esfuerzo de venir a conocerme personalmente para que nos hiciéramos juntos la fotografía que os adjunto. La verdad es que no solo dirige un hotel magnífico para el precio que cobran, con un restaurante excelente, sino que encima es una persona encantadora y tremendamente simpática. ¡Hurra por él! Esperemos que no se pimple la botella él solo. Tras cenar deprisica, corriendo a la estación a coger el tren cama a Udaipur.

Pudiendo en el compartimento...

Pudiendo en el compartimento…

Lo cierto es que los trenes aquí son sorprendentemente puntuales, debe ser de lo poco que funciona razonablemente bien (al menos en ese sentido). El compartimento, la verdad es que tampoco estaba nada mal. Mi billete era para tercera clase con aire acondicionado, o 3AC, o la más barata de entre las que tienen aire. Son cinco literas por compartimento: tres en un lado y dos en el otro. Se separa del pasillo con una cortina, y en el pasillo a su vez hay dos pisos de literas longitudinalmente. El aire estaba en su punto, no tan frío como para molestar, y te dan almohada, sábana y manta. Mejor no mirarlas de cerca. La putada es que el único sitio para colocar la mochila es tu propia litera, por lo que he tenido que ir todo el trayecto encogido y hecho un cuco. O bueno, esa ha sido la putada antes del Cuesco. Y lo pongo en mayúsculas. Porque uno de mis queridos compañeros de compartimento ha querido marcar territorio nada más apagar las luces, amparado en la noche, echándose un epiquérrimo pedo cuya flatulencia, lenta pero segura, se ha acabado instalando en mi nariz hasta que me he dormido. No, nadie ha dicho nada. Y no, no se le ha escapado. Los que se escapan no van in crescendo en intensidad y potencia a medida que llegan a su final. Por un lado he pensado que el hijo puta se cagaba, y hasta he llegado a desearlo, pero he terminado pensando que sería seguramente peor para mí que para él, porque me tocaría tragarme el olor durante todo el trayecto. Buenas noches.

A tó confort

A tó confort

A pesar de eso he conseguido dormir, y además relativamente bien. No me he enterado de la llegada a Udaipur y me han tenido que despertar (menos mal que era la última parada). Como llegaba a las seis de la mañana, tenía ya hablado con los del hotel que habría un autorickshaw esperándome, por lo que enseguida he llegado aquí. Al no estar mi habitación lista, me he ido a intentar pillar tour en esta ciudad y, como en Jaipur el día anterior, sin gente suficiente. Así que me he pegado todo el día pateándome la ciudad y, la verdad, para la hora de comer la había visto entera (aunque también es verdad que llevaba desde muy temprano andando). Esta ciudad es famosa por su lago y por el palacio, hoy hotel, que al igual que en Jaipur (este más bonito) parece flotar sobre sus aguas. Además, como parece que el monzón ha cogido fuerza (ayer en Jaipur murieron doce personas, me dijo el Sr. Singh), el lago ha cogido nivel (suele estar seco durante algunas épocas del año) y está bonito y navegable (el viajecillo en barca hasta una de las islas no está mal). Esta ciudad es bonita, y lo más importante, paseable. También tiene tráfico estridente y caótico pero como las calles son pequeñitas y empinadas, pasa más desapercibido (y más en comparación con Delhi, Agra y Jaipur).

A lo que le reza la gente

A lo que le reza la gente

Así que eso: mañana de opulencia y palacios, que es lo que tiene la ciudad, y algún templo, que aún no había visto ninguno grande en ninguna ciudad. Los palacios, ni fú ni fa: ni de lejos tan espectaculares como los de Europa, porque las partes que sí que deben serlo son ahora hoteles de alto nivelón y por lo tanto los mortales tenemos vetada la entrada. Aunque bueno, en uno de ellos está expuesto el turbante más grande del mundo (y qué turbantaco, señora). Los templos, mucho mejor. Muy bonitos y sobretodo, con mucha atmósfera mística y religiosa en el ambiente. El primero de ellos está en el mismo centro de la ciudad. El segundo al que he ido es un complejo más grande situado a unos veinte kilómetros de la ciudad, el Eklingji Temple. Para llegar, o vas en autorickshaw (sablazo y quedarse sin espalda) o en autobús (tirao de precio y quedarse sin espalda). El bus es… bueno, es, que no es poco. Filas de dos + tres asientos (ocupables por otras tantas o más personas), más todos los que quepan en pasillo y puerta. Durante el camino he ido hablando con un señor muy majo de esta zona, que me ha estado poniendo al día sobre hinduísmo. La pena es que en el templo ni permiten fotos ni zapatillas (ni tampoco calcetines, hola hongos), pero la verdad es que es muy digno de ver. Percusión, muchas mujeres cantando y moviéndose, ambiente místico por los cuatro costados. Y además, para venerar a, en general, figuras de deidades cuando menos curiosas… algunas son tan poco trabajadas e infantiles que a mi me resultan hasta paródicas, aunque claro, hay que ver con qué alma les rezan ellos.

Y para volver a Udaipur, a coger en marcha el bus en la misma carretera, saltando a la barra que hay junto a la puerta como en el Oeste. Aún más pretos que para la ida, pero como ya era de noche al menos más frescos. Y aún ha dado para una nueva situación surrealista más: como el autobús nunca llega a detenerse del todo, no me preguntéis por qué (quizás no volvería a arrancar), hay que bajar en marcha. La puerta ha pillado el sari de una mujer que acababa de bajar y la ha empujado al suelo. Reacción de todos los del autobús que lo han visto: partirse el ojete. Y la señora en el suelo.

En fin, como comentábamos una pareja majísima de chicos españoles y yo mientras cenábamos en el hotel, el tío que puso el eslogan de turismo del país dio totalmente en el clavo: Incredible India.